Desintegración de la música clásica de vanguardia

Santiago Martínez Arias para Cincuentopía

El público en los conciertos de música clásica tiene la suerte de escuchar de vez en cuando obra nueva, lo último que se ha compuesto. Al igual que las galerías de arte, los ciclos de concierto y los auditorios tienen que dar paso a las novedades, a los estrenos mundiales. De esta forma se alimenta la bestia del Arte. Más allá de otras consideraciones, ésta es la parte más interesante de una temporada de conciertos, cuando el espacio del auditorio es invadido por sonidos y ritmos nunca antes percibidos por oídos extraños. Nos adentramos pues en la música clásica de vanguardia.

La historia está llena de anécdotas alrededor del estreno de obras que, aunque a día de hoy están en el imaginario colectivo y en la memoria del público, en el momento de su estreno fueron rechazadas por el público. «El día de su estreno no tuvo éxito» es una de las frases más escuchadas y leídas en el relato de la biografía de grandes compositores. Algunas merecieron la reescritura y nos hemos quedado con las ganas de conocer aquellas primeras versiones. Otras, sin embrago, nunca más volvieron a interpretarse y quedaron en el olvido, o sus autores no pasaron a formar parte del acervo cultural musical. Existe, sin embargo, una intensa labor filológica que recupera todo esa ingente cantidad de material para acabar formando parte del repertorio más especializado.

Hoy parece que hay más de lo segundo que de lo primero y si ya es difícil que alguien salga de un concierto tarareando melodías de algún estreno mundial, mucho más complicado es oír en los comentarios post concierto algún «me ha encantado» o «qué increíble ha sido la obra que se ha estrenado, qué intensidad, qué sonido… qué experiencia auditiva más interesante». El público sigue preguntándose por qué se programa tanto autor nuevo, si además esa música no se puede tararear o recordar con facilidad. Aunque tampoco eso es muy cierto en casos de otras obras de repertorio, y seguramente más de un aficionado es incapaz de tararear el concierto de violonchelo de Sait Säens o la tercera Sinfonía de Prokofieff.

Para buena parte de ese mismo público, formado en su mayor parte por cabezas blancas, más allá de la setentopía, el arte de la música clásica de vanguardia es incomprensible y no es más que un peaje-tortura que tienen que soportar para poder escuchar el concierto para piano de Mozart o la sinfonía de Schubert que viene a continuación. No es menos cierto que una parte importante de esos estrenos mundiales son más un ejercicio quasi dentro de la práctica teórica que una transmisión de valores artísticos y emociones en el más elevado sentido de la palabra. La vanguardia musical parece haber muerto para un público mayoritario y el progreso ha quedado reducido a un ejercicio intelectual al que la mayoría es incapaz de aproximarse o de descifrar.

Si en el final del siglo XX la música clásica de vanguardia fue incapaz de dejar una herencia melódico-sonora para el gran público, y no digamos ya de reprogramarse, el inicio del siglo XXI está tan huérfano de dicha herencia como el anterior, y ya llevamos 22 años de singladura. No es que reclame la melodía como elemento fundamental en el arte para excitar las almas y emocionar, es que la música contemporánea tomó un rumbo que exige unos conocimientos muy profundos para poder interpretarla y disfrutarla. Por otra parte, el problema reside en la fragmentación y la atomización de mundo de la música en general. Los clásicos estrenos de concierto no pueden competir con la industria discográfica popular, con la música cinematográfica o con la difusión en internet de multitud de géneros y formatos. Para esta última está también presente la clásica, pero en su formato más tradicional, autores y obra conocidas.

En un ejercicio de repaso de toda la música del siglo XX propongo una escucha creativa de obras que, aunque no creo que estén en la memoria ni siquiera de los muy aficionados, más allá del título, son imprescindibles para aprender a escuchar y tener una idea de lo que nos ha sido legado desde el punto de vista de la música clásica de vanguardia. Aunque el siglo XX comenzó con numerosas obras muy conocidas ya por todos, de Ravel a Puccini, pasando por Debussy, Max Reger, Arnold Schönberg o Richard Strauss, seguiremos avanzando de la mano de otros tan rupturistas como estos. Es necesario recorrer los paisajes sonoros de Messiaen (1908-1992), especialmente “De estrellas y cañones” o su “Catalogo de pájaros” y por supuesto “Cuarteto para el fin de los tiempos” cargado de simbolismo. Después deberá el atento aficionado proponerse oír a Edgar Varesse (1883-1965), en concreto su “Jonisation” para conjunto de percusión.

Del norteamericano Charles Ives (1874-1954), muy citado en toda la teoría musical contemporánea, se deberá escuchar “The Unanswered Question” para conjunto de cámara. De Paul Hindemith (1895-1963) localizar la sinfonía “Matías el pintor” para Viola solista y Orquesta. De Britten (1913-1976) el “Requiem de Guerra”. De John Cage (1912-1992), las Songs Book 1 y 2. De Penderecki (1933-2020) La “Sinfonía las Siete Puertas de Jerusalén”. De Luigi Nono (1924-1999) “La fabbrica illuminata” para cantante y banda sonora. De György Ligeti (1923-2006) “Atmosphères” para orquesta. De Mauricio Kagel (1931-2008) “Match” para tres intérpretes. Y de Karheinz Stockhausen (1928-2007) “Grupos” para tres orquestas.

Si se siguen una a una estas obras de música clásica de vanguardia, se escuchan y se vuelven a escuchar varias veces, nuestro cerebro realiza una audición creativa y se consigue educar el oído más allá de las posibilidades de un mero aficionado, en ello coincido con uno de los más destacados teóricos de la educación musical, Clemens Kühn. Muy pocas de estas obras han pasado al repertorio habitual de concierto y la mayoría son poco tarareables, pero no por ello dejan de formar parte de ese acervo al que hacía referencia. Tampoco se puede tararear el “Concierto de Múnich” de Miles Davis, pero no hay aficionado que se precie que niegue su valor. Algunas otras de estas obras las hemos visto citadas en películas, más a modo de ambientación que con una personalidad propia, y su conjunto supone un ejemplo y un panorama bastante fiel de lo que ha sido la música clásica contemporánea en el final del siglo XX. Los  autores ya no está entre nosotros, pero nos han dejado su legado,

El panorama a partir del siglo XXI no ha mejorado mucho, pero esperemos primero a digerir esto antes de entrar en más alimento para la bestia. Me pueden acusar de olvidarme de la música contemporánea española, pero esa sí que fue más irrelevante que inexistente, en el plano internacional, durante la época mencionada. Seguiremos haciendo pruebas. Estamos en la mayoría de edad del siglo XXI y todavía no tenemos conciencia de qué ha pasado en el siglo XX. Han pasado cien años de modernidad y no nos hemos enterado.