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  • Viena, epicentro de las transformaciones. Revoluciones de 1989, el año en que cambió Europa (1)

    Viena, epicentro de las transformaciones. Revoluciones de 1989, el año en que cambió Europa (1)

    Santiago Martínez Arias para Variacion XXI

    Hace más de 30 años, en enero de 1989, comencé a trabajar como periodista, abandonando mis ambiciones musicales. Más tarde, en otoño de aquel año, después de más de seis meses de sufrir los pagos escasos y tardíos de freelance, conseguí un compromiso más firme por parte del periódico para el que había comenzado a trabajar, El Independiente, aunque para la Cadena COPE, donde tenía algunos contactos, seguiría freelanceando. De forma que regresé a Viena en septiembre, como siempre otra vez en el entorno de mi pasado y atendiendo al afecto que tenía a la capital centroeuropea. Rápidamente conseguí acostumbrarme a la nueva condición. El año 1989 fue un tiempo periodístico emocionante de impagables experiencias en lo que a la actualidad internacional de refiere.

    Portada del diario El Independiente en otoño de 1989

    Una corresponsalía geográficamente inabarcable

    El Independiente me encargó atender las necesidades informativas de Europa oriental, aprovechando mi conocimiento y estancia previa de y en la zona. Así me estrené en el mundo periodístico a lo grande, demasiada responsabilidad para un joven de escasos 25 años. Recurrí otra vez a mis contactos y conseguí que el editor del periódico, presidente de Ediobser, me avalara. A principios del año agarré las maletas y regresé al centro de Europa con una ambiciosa misión, un vasto territorio a cubrir, la Europa socialista allende el Telón de Acero, desde las frías tierras bálticas hasta la mediterránea Yugoslavia.

    Diario El Independiente 1989, Santiago Martínez Arias, Caída del Muro, Hungría 1989, Transición democrática,

    Acreditación de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores Austriaco

    Era importante tener un cuartel general ya explorado, un lugar donde el otoño anterior había empezado oficialmente mis estudios musicales y que conocía bien. La negociación con la empresa quedó en un compromiso para la publicación y compra de mis artículos y crónicas de los cuales yo estaba seguro que iban a ser ingentes e interesantísimos.

    Algo que nunca me había preocupado ahora ocupaba mi tiempo completo, la actualidad informativa internacional. Como quiera que el precio por pieza informativa elaborada para el periódico no era muy elevado tenía que buscar la forma de completar ingresos para llegar a fin de mes, con el envío de crónicas para otros medios informativos como el caso de la radio y algún diario económico de escasa difusión. Hice alguna propuesta para revistas especializadas en música clásica, pero en este caso la colaboración no llegó a cuajar. Entre otras razones debido al bajísimo valor que le daban al trabajo. Una cosa es que la cultura nunca haya vendido bien en nuestro país, y otra que el precio por página, que con ese tipómetro lo medían revistas musicales como Scherzo o Ritmo, era poco menos que de economía de guerra.

    De la CSCE a las primeras transformaciones democráticas tras el Telón de Acero

    Me estrené cubriendo la reunión de la CSCE-CFE en Viena en 1989 (Conversaciones sobre Fuerzas Armadas Convencionales). Aprendí lo que era el desarme y los pormenores del enfrentamiento entre bloques, OTAN vs Pacto de Varsovia. El Acta Final de Helsinki, los misiles balísticos de largo alcance, los nombres del armamento, de los Pershing a los SS-20, Medium-Range Ballistic Missile, MRBM. Tan sólo 3 meses antes no podía haber imaginado que iba a estar en el ojo del huracán de la política internacional, o que mi estreno en la profesión sería tan emocionante. Impresionantes uniformes militares de los ejércitos OTAN y gorras de plato de dimensiones jamás vistas en los uniformes soviéticos por los pasillos del Palacio Imperial Hofburg. Cientos de periodistas acreditados y yo entre todos ellos.

    A continuación se celebró también en Viena la reunión de la Internacional Socialista, con asistencia de algunos protagonistas españoles, Alfonso Guerra y Txiki Benegas. Allí coincidí otra vez con buena parte de los nuevos colegas, entre enviados especiales desde España y corresponsales de medios nacionales que desde otros países europeos se habían desplazado hasta Viena, sin olvidar al resto de profesionales de todas partes del mundo.

    Portada del diario El Independiente con llamada al artículo sobre Hungría

    Así fui conociendo a algunos compañeros de profesión que luego volvería a encontrar a lo largo y ancho de Europa oriental. Mi primera crónica de radio la transmití por teléfono desde la sala de prensa de la propia conferencia CSCE y luego lo celebré con algunos colegas con un almuerzo en el Landtman.

    En el horizonte de la frenética actividad política centroeuropea ya se atisbaban movimientos de lo que acabaría por convertirse en una avalancha de transformaciones democratizadoras de los países de la órbita soviética. Mi labor incluía, por supuesto, viajes de cobertura informativa por Europa oriental. En toda esta vorágine, el primer país preparado para despegar era Hungría. En esa especie de centro de atracción centroeuropeo, con Austria y Hungría como foco de las tensiones entre bloques, la nación magyar era un medio-experimento de distensión, en el que se ensayaban tanto reformas aperturistas como se mantenían las dinámicas de la firme tutela soviética. A pesar de las dificultades para viajar de los ciudadanos de los países del Este, los húngaros tenían relativa facilidad para hacer excursiones de compras a Viena, por ejemplo. Riadas de autobuses húngaros copaban los fines de semana los comercios de electrodomésticos de bajo precio, tipo Niedermeyer, y ropa occidental. Ropa vaquera y zapatillas de deporte eran la manera de uniformar las ansias de progreso social y político de las clases trabajadoras del este.

    Hungría, un experimento en la confrontación entre bloques

    Todo ello, junto con la permisividad e inhibición del nuevo Politburó soviético de Gorbachov y su perestroika, hizo que se superaran los ecos de la represión del 56 (1956-os forradalom). Hungría mostraba los primeros síntomas del gran cambio que se avecinaba, aunque Walesa en Polonia tampoco se quedaba atrás, enfrentándose al general Jaruzelsky. Mi principal fuente de información eran los medios de comunicación y agencias locales, incluido el diario Pravda en alemán que se vendía en el centro de la capital austriaca. Pero tuve que viajar para buscar fuentes primarias, con desplazamientos a todos esos países. El más cercano era sin duda Hungría. El tren de Viena a Budapest, un expreso de los de antes, cubría los escasos 250 kms que separaban ambas capitales de forma relativamente rápida, sin contar con los eternos trámites fronterizos. Como Hungría era pionero en movimientos tímidamente aperturistas, y mi información me advertía que habría algo de movimiento, a mediados de marzo salí para Budapest aprovechando que el Partido Socialista Obrero Húngaro dejaba la letra O de su acrónimo por el camino en medio de la celebración de una manifestación, coincidiendo con la conmemoración de la Revolución de 1848 y las gestas de un héroe de más de 100 años, Petöfy, al pie de su estatua en el Puente de las Cadenas sobre el Danubio. Liquidada la terrible etapa de Janos Kadar, el nuevo presidente Karoly Grosz parecía trabajar en un avance hacia posiciones menos conservadoras dentro del appartchik magyar, aunque tuviera que ser su sucesor el que pusiera en marcha el proceso tranformador. Este vídeo de la argentina Archivo DiFilm resume la caída de Kadar en aquel año de 1989.

    https://youtube.com/watch?v=svVuNC3qQHw%3Ffeature%3Doembed

    Olor a gasolina soviética

    Coincidí en el tren al corresponsal de EFE en Viena y al llegar a Budapest me presentó a su stringer, Attila Nagi. Un tipo realmente curioso, medio húngaro medio argentino, que nos metió en el centro de la manifestación frente al Parlamento mientras iba informando a su contacto de EFE. Yo tomaba notas a toda velocidad, absorbía la información, para completar mi crónica todo lo rápido que podía. Llegar a Budapest fue un completo shock, un viaje al pasado, decorado por un terrible olor a un producto químico que no conseguía identificar y que no era más que el producido por la combustión de la gasolina de sistema de división social del trabajo. El titular del reportaje de la revista austriaca Profil, copia de la alemana Der Spiegel, señaló que los húngaros «Votaron con los pies». Sin embargo, mi primera información publicada fue «Los húngaros consolidan sus medidas aperturistas» y continuaba «siguiendo el modelo de la Transición en España», para darle un color e interés local. ¡Mi primera información publicada había llegado a la primera página! Aunque en el diario unieron ambas crónicas, Conferencia de Seguridad en Viena y manifestaciones en Budapest, a mí no me pareció tal mal. Era un evidente sinsentido que ahora denominaría anti-periodístico, pero yo me sentía ya un corresponsal de los pies a la cabeza y no me detenía a analizar cómo arraglaban mis textos en Madrid. Además, ni siquiera tenía acceso al diario, con lo cual no sabía si lo que se había publicado reflejaba fielmente lo que yo había escrito.

    Arranque de reportaje en la revista suatiaca Profil sobre las manifestaciones en Budapest, marzo 1989

    Tras las manifestaciones de la mañana y buena parte de la tarde, me retiré a mi hotel de segunda o tercera categoría y tras dejar el escaso equipaje salí a cenar por las calles de los alrededores, una zona no muy céntrica precisamente. Encontré un restaurante abierto y me acomodaron en una mesa cualquiera, ya que ninguna estaba ocupada, estaba completamente vacío. Pedí el goulash y mientras esperaba y saboreaba la cerveza encendí un cigarrillo antes de cenar. Casi al mismo tiempo, la clásica «orquestina» húngara –violín, contrabajo y címbalo– se puso en marcha, ante mi extrañeza por ser el único cliente, y comenzó a interpretar sus czardas. El espectáculo incluía el protocolario acercamiento del sonriente violinista a las mesas, en este caso sólo una, para subrayar la intención del episodio musical y buscar alguna propina. Una pareja, que parecía nativa por la naturalidad de su entrada, llegó en ese momento y se sentó al otro lado del comedor.

    Diario El Independiente 1989, Santiago Martínez Arias, Caída del Muro, Hungría 1989, Transición democrática,

    Acreditación para la reunión de la Internacional Socialista en Viena

    Una vez finalizada la música pude escuchar su conversación y me pareció gente de teatro, pero lo más sorprendente es que hablaban en español. El cansancio por el largo día había hecho mella en mi curiosidad y evité acercarme e intercambiar algunas palabras. Una actitud a la que también contribuía mi reciente renuncia a tratar temas o personajes del mundo artístico, aunque luego me arrepintiera de ello, sin duda.

    Al día siguiente, y ese era el segundo motivo de mi viaje, tenía en la agenda la Reunión Interparlamentaria Europea (Budapest, marzo 1989). Me acerqué al Hotel Intercontinental, donde me había citado Attila para tomar un café, y allí me encontré con algunos parlamentarios españoles: Miquel Roca Junyent, a quien reconocí rápidamente, o el socialista Miguel Ángel Martínez con quien estuve charlando un momento, ya que se marchó a participar en alguna mesa de trabajo. Se trataba de unas jornadas de reuniones entre parlamentarios de diversos países para crear mesas de trabajo ocupándose de asuntos diversos. Sobre esto no escribí nada porque como señaló un colega canadiense, con quien había coincidido en Viena, allí había poca tela que cortar. Aquello se trataba nada más que de una suerte de turismo interparlamentario en el que los diputados pasaban unos días de viaje junto a sus parejas y visitaban distintas ciudades europeas antes que un foco informativo interesante. Sí fue interesante, sin embargo, un nuevo contacto con quien estuve largo rato charlando, e intercambiamos nuestros contactos. Se trataba de Mohamed Luchaa, representante diplomático de la República Árabe Saharaui Independiente, en Yugoslavia. Luchaa me estuvo contando lo difícil de la vida el Belgrado y la dificultades de su pueblo saharaui para conseguir el reconocimiento internacional.

    Manifestación en la Plaza de San Wenceslao (Václavské náměstí) el 24 de noviembre de 1989. CTK Photo / Jaroslav Hejzlar

    Regreso al cuartel general en el Orient Expres

    Pasados un par de días volví a mi cuartel general. Saqué mi billete de tren y aunque tenía tiempo en la estación de Budapest, ante la posibilidad del retraso con los consabidos trámites de la frontera en el regreso en tren, decidí cenar en el vagón restaurante. Frente a mí un periodista deportivo austriaco que regresa de cubrir no sé qué acontecimiento o campeonato, con el que estuve charlando un rato y que se levantó en cuanto terminó sus viandas. En ese instante y sin dejar enfriarse el asiento, alguien que parecía salido de debajo de la mesa se sienta en la plaza vacante. Me mira fijamente y me dice, -yo te conozco-. Ya había terminado mi cerveza y mis salchichas así que pedí un café mientras mi interlocutor me observaba fijamente y yo buscaba el tabaco en mi bolsillo. –Te vi en la CSCE de Viena y te he visto también en la Interparlamentaria de Budapest- me dijo. Continuamos charlando y se presentó: se trataba de un periodista norteamericano que cubría la zona como freelance, al igual que yo, para diversos medios en este caso de Carolina del Norte. Como quiera que él también vivía en Viena seguimos viéndonos y con el tiempo hubo incluso algún conato de colaboración para un medio norteamericano.

    Tren expreso en la estación de Budapest, esperando la salida a media tarde con destino Viena

    Fin de la primavera con una entrevista musical

    Pasó el invierno y siguieron publicándome algunos artículos de forma ocasional. Hay que tener en cuenta que por aquellas fechas todavía el periódico era semanal, aunque ya tenía en su agenda la conversión a diario. La primavera acabó con una entrevista al joven compositor Beat Furrer, discípulo de Haubenstock-Ramati, quien estrenó una ópera en Viena titulada Die Blinden. En lo político, el panorama se fue animando y los líderes de los países socialistas daban bandazos entre la apertura y la fidelidad a la URSS.

    Entrevista al compositor suizo Beat Furrer. El Independiente, mayo 1989

    En junio regreso a Madrid para viajar a Bonn, como enviado especial de la COPE en las Elecciones Europeas de 1989, a mediados de mes. Allí me encontré con una amistad vienesa que se desplazó a la capital de la República Federal Alemana para cubrir la información para un medio austriaco. Bonn estaba lleno de carteles conmemorativos de la reciente visita de «Gorbi». Momento crucial de las relaciones este-oeste y del final de la guerra fría cuando Mijail Gorbachov y Helmuth Kohl realizan una declaración conjunta por el respeto al derecho internacional y la libertad de los pueblos. Significativa declaración, en un momento crucial de la inestabilidad política mundial, cuando Gorbachov abogó por terminar con la represión de los estudiantes chinos en sus protestas de esa misma primavera en la Plaza de Tiananmen.

    https://youtube.com/watch?v=FRR2fCysK-c%3Ffeature%3Doembed

    Todo el mundo está de acuerdo en que 1989 fue el año que cambio el mundo. Todavía llegarían más acontecimientos, más artículos y más crónicas, que harían que esa primavera se quedara en tan sólo el inicio. Se estaba gestando un verano caliente en Alemania Oriental y más allá de sus fronteras y un otoño, hoy hace 30 años, lleno de cambios. Europa ya no sería la misma

  • 250 años del nacimiento de Beethoven, un aniversario mudo

    250 años del nacimiento de Beethoven, un aniversario mudo

    Santiago M. Martínez Arias para Cincuentopía

    En mi abecedario de compositores clásicos universales comencé con una breve pincelada sobre Bach, a continuación en este glosario de músicos y música es obligado el nombre de Beethoven, Ludwig van. Nos hemos saltado la A con Albinoni, Albéniz o Aguilera de Heredia, y si consultamos el New Grove Dictionary of Music and Musicians encontraríamos muchísimos más.

    Sin embargo, como estamos en pleno aniversario nos tenemos que saltar toda la letra A, también a Bartok, Balakirev y lo que venga detrás hasta la Bee para celebrar al “genio de Bonn” en sus 250 años. Además, en Universo bachiano: apto para todos los gustos, cuando hablábamos del símil sobre la Biblia, ya apareció Ludwig van con el Nuevo Testamento de la literatura para el Piano, sus 32 sonatas.

    Manuscrito de Sonata 15 en Re Mayor de Beethoven

    Celebramos el aniversario del nacimiento Beethoven, venido al mundo un mes de diciembre de 1770, y a pesar de la crisis pandémica tenemos todavía una parte del 2020 por delante de forma que quizás para finales de este año podamos asistir presencialmente a algún concierto.

    Escribo estas líneas confinado todavía, y de momento sólo podemos asistir a esos nuevos formatos de concierto virtual a través de los canales de internet, nacidos a la luz de las pantallas de ordenadores y teléfonos móviles y que uno nunca sabe si está contemplando en directo realmente, salvo honrosas excepciones.

    Pero aferrados a lo que acostumbramos los de más de cincuenta, los recuerdos en nuestra Revista, nos preguntamos ¿qué sabíamos hace 30 años de Beethoven?, ¿eran los años ochenta del siglo pasado beethovenianos?

    Sabíamos mucho menos que ahora, un testimonio de lo cual es que no hace mucho se ha encontrado una obra desconocida de Beethoven, recientemente publicada por Universal Edition, un Andante sin título, una pequeña pieza de piano que obligará a los expertos a reorganizar el catálogo. La editorial ha esperado al Año Beethoven para lanzarla.

    Jochen Reutter muestra la edición de la última obra de Beethoven descubierta

    No podemos dejar pasar la oportunidad de celebrar con todos este acontecimiento y para diferenciarnos hablaremos de una parte muy concreta, las primeras sonatas para piano del Nuevo Testamento, concretamente hablaremos de la mejor de toda la colección, la nº5 en Do menor, Op.10 nº1.

    No descubro nada si digo que la del maestro bonnense era una música muy nueva, realmente vanguardista, y sigue siéndolo después de más de dos centurias, y el último movimiento de esta sonata es una de las pruebas que lo hacen irrefutable. Por otra parte, muchas de las celebraciones preparadas para este Año Beethoven se han ido al traste, se han quedado mudas.

    Escuché hace poco a algún cultureta decir, al hilo de una disertación sobre la sordera del compositor, que la desgracia se había ceñido doblemente sobre él ya que no pudo escuchar una parte importante de su obra debido a la enfermedad, como ahora no se podrán escuchar sus obras en directo debido a la pandemia. La suerte es que ésta no es una oportunidad perdida ya que habrá 275 aniversario, 300, 250 aniversario de su fallecimiento y etcétera, etcétera, etcétera.

    Respecto a la inmensa obra del “compositor alemán por excelencia”, con permiso de Brahms, poco podemos añadir, doctores tiene la iglesia. Sobre su carácter también poco más de novedad que lo que dijeran ya sus primeros biógrafos. Uno de aquellos relatos es el que hiciera Emil Ludwig en una inmortal biografía que leímos en Editorial Juventud, en el que se incluía también la biografía de otro coetáneo muy relacionado con el compositor, Napoleón Bonaparte.

    Nada nuevo se ha descubierto sobre su imposible carácter debido en parte a la sordera y a su impotencia por salvarla. Lo que sí sabemos es que vivía en Viena y que se mudaba constantemente. La cantidad de edificios con la placa del Ayuntamiento “Casa de Beethoven. Aquí vivió Ludwig van” es casi inagotable, incluida la que para mí tiene mejores recuerdos, la Beethoven Wohnhaus en Heiligenstadt, reconvertida en museo y taberna o Heuriger por mejor decir.

    Beethoven Wohnhaus en Heiligenstadt. Heuriger

    Sin embargo la más moderna de sus obras es la Gran Fuga, del cuarteto Op. 133. Podríamos estar horas hablando y escuchando fragmentos de ella. Obra moderna digna de cualquiera de sus sucesores del siglo XX. Es una delicia escucharla en cualquiera de sus versiones, dejamos aquí, por curiosa, una transcripción para piano solo interpretada por Hiroaki Ooi en un fortepiano de la época, J. Broadwood 1816 de 6 octavas.

    El propio Beethoven escribió una versión para piano a 4 manos, Op. 134. No se trata de que las disonancias fueran producidas por su incapacidad para oír al cien por cien, se trataba de un espíritu atormentado por la necesidad de trascender, de crear, de permanecer en el espíritu colectivo de la humanidad.

    Aparte ésta, cualquiera de sus obras es inmensa, inconmensurable, indefinible, inclasificable. El Final de la Novena, el Cuarteto Op. 131, la Missa Solemnis, el Septimino, la Sonata Kreutzer, el movimiento lento de la Op. 10/1, las variaciones, poemas, romanzas, tríos y más y más y más. No tiene las dimensiones cuantitativamente hablando de Bach, pero no hace falta, tampoco se agota su obra en las diversas interpretaciones.

    Casa Museo Beethoven en Viena

    Por otra parte, también hay diferencias de calidad en todo su catálogo. Pero calidades intelectualmente diversas, rebajadas o aumentadas de forma intencionada. No se puede decir que Beethoven tuviera obras fallidas, se puede decir que hay cosas mejores y peores, partiendo de la base de que todo Beethoven es intachable, tiene “pecadillos”.

    Como ejemplo traemos “La Batalla de Vitoria”, también llamada “Victoria de Wellington”, con mucha historia detrás que no hay espacio aquí para narrar. Una de mis obras preferidas de adolescente, de las que más me divertía y que sólo he visto una vez en el escenario, y creo honestamente que es de esas obras que no han sobrevivido a su tiempo. Pero hasta en eso era un auténtico adelantado y compuso una obra sinfónica casi cinematográfica, que para los escenarios de entonces debió tener un impacto tremendo.

    Da mucho juego y es difícil seleccionar una versión, dejamos aquí una curiosidad colgada en Internet: es la versión de Karajan y la Filarmónica de Berlín con imágenes de la película “La batalla de Waterloo” que no tienen mucho que ver ya que Beethoven recreaba una batalla, sí contra el ejército francés, pero en España.

    Aparte esto, la verdad es que Beethoven tocó todos los palos, es un compositor completo en ese sentido, incluso su ópera “Fidelio” a veces controvertida, por poco atractiva para un público no alemán, demuestra sin duda que sabía hacer de todo y con genio. Ya en su momento tratamos aquí la conferencia del profesor Kretzschmar sobre el debate de la capacidad de Beethoven para escribir una fuga, retratada en el “Doktor Faustus” de Mann.

    Cartel del estreno de Fidelio

    Mi primera lección Beethoven son las primeras sonatas del Nuevo Testamento del Piano, las Op. 2, a cuál mejor. Entre los aficionados se conocen la Patética, Claro de Luna, Los Adioses, La Tempestad, Waldstein, Hammerklavier, la 32. Esta última famosa por ser la última y tener sólo dos movimientos, pero la primera no se la saben los aficionados. Sí, sin embargo, los estudiantes como una de las obligadas. La 2 es endiablada y la 3 ya con Scherzo como la anterior es magnífica.

    Las tres están dedicadas a su mentor y maestro Joseph Haydn ¡palabras mayores! Estrenadas las tres en el Palacio Hetzendorf de Viena. Luego vino la 4, Op. 7 catalogada de forma individual a la que el propio compositor llamó la “Grande” (1797, tiempos revolucionarios), en esta ocasión dedicada a una de sus alumnas, la condesa Babette von Keglewics, más tarde Princesa Odescalchi. Se llama así por sus dimensiones equiparables a la Hammerklavier.

    Llegamos a la 5, ya estamos en la más interesante, Op. 10/1 en Do menor, tonalidad que es también de la Patética y casi de la 32. Las Op. 10 son otras tres sonatas, las publicó Joseph Eder y aunque empezó a componerlas antes, se editaron después, de ahí el capricho del baile de ordinales. Lo mismo que ocurrió con los dos primeros conciertos para piano, el 1 que es el 2 y el 2 (también preferido) que es el primero. Estrenadas las dos primeras del Op. 10 en Hetzendorf. La nº 7, Op. 10/3 sin embargo se oyó por primera vez en el Palais Rasumofsky, también de Viena. La siguiente nº 8, Op. 13 es la conocidísima Patética, título puesto por el propio editor ¿quién se puede meter con ellos o contrariarlos? Que me lo digan a mí, la relación editor-autor siempre es una batalla perdida, por el autor obviamente.

    Palacio Rasumofsky en Viena

    Rematamos este breve semblante con una referencia de una versión, por lo menos para las sonatas. Cada año, además, surgen nuevas colecciones completas de casi todo: cuartetos, sinfonías, conciertos para piano, sonatas y demás, y es interesante escucharlas todas. Mencionamos aquí la versión que grabó Barenboim, no porque sea la mejor aunque es muy respetable como una gran colección, sino porque en los años ochenta la programó TVE, entonces la única televisión, en la Segunda Cadena los viernes a horas intempestivas y nunca fijas, de forma que aunque tuvieras un VHS era bastante difícil conseguir grabarlas.

    Una de las particularidades de esta versión de Barenboim es que cada sonata está grabada en el escenario donde fue estrenada, es decir en los diversos palacios de Viena. Stingray Classica la ha programado para el mes de julio. Dejo aquí, sin embargo, una grabación técnicamente menor, pero artísticamente honesta de la mejor de las sonatas de Beethoven, en homenaje particular en el 250 Aniversario de su nacimiento.

  • Desintegración de la música clásica de vanguardia

    Desintegración de la música clásica de vanguardia

    Santiago Martínez Arias para Cincuentopía

    El público en los conciertos de música clásica tiene la suerte de escuchar de vez en cuando obra nueva, lo último que se ha compuesto. Al igual que las galerías de arte, los ciclos de concierto y los auditorios tienen que dar paso a las novedades, a los estrenos mundiales. De esta forma se alimenta la bestia del Arte. Más allá de otras consideraciones, ésta es la parte más interesante de una temporada de conciertos, cuando el espacio del auditorio es invadido por sonidos y ritmos nunca antes percibidos por oídos extraños. Nos adentramos pues en la música clásica de vanguardia.

    La historia está llena de anécdotas alrededor del estreno de obras que, aunque a día de hoy están en el imaginario colectivo y en la memoria del público, en el momento de su estreno fueron rechazadas por el público. «El día de su estreno no tuvo éxito» es una de las frases más escuchadas y leídas en el relato de la biografía de grandes compositores. Algunas merecieron la reescritura y nos hemos quedado con las ganas de conocer aquellas primeras versiones. Otras, sin embrago, nunca más volvieron a interpretarse y quedaron en el olvido, o sus autores no pasaron a formar parte del acervo cultural musical. Existe, sin embargo, una intensa labor filológica que recupera todo esa ingente cantidad de material para acabar formando parte del repertorio más especializado.

    Hoy parece que hay más de lo segundo que de lo primero y si ya es difícil que alguien salga de un concierto tarareando melodías de algún estreno mundial, mucho más complicado es oír en los comentarios post concierto algún «me ha encantado» o «qué increíble ha sido la obra que se ha estrenado, qué intensidad, qué sonido… qué experiencia auditiva más interesante». El público sigue preguntándose por qué se programa tanto autor nuevo, si además esa música no se puede tararear o recordar con facilidad. Aunque tampoco eso es muy cierto en casos de otras obras de repertorio, y seguramente más de un aficionado es incapaz de tararear el concierto de violonchelo de Sait Säens o la tercera Sinfonía de Prokofieff.

    Para buena parte de ese mismo público, formado en su mayor parte por cabezas blancas, más allá de la setentopía, el arte de la música clásica de vanguardia es incomprensible y no es más que un peaje-tortura que tienen que soportar para poder escuchar el concierto para piano de Mozart o la sinfonía de Schubert que viene a continuación. No es menos cierto que una parte importante de esos estrenos mundiales son más un ejercicio quasi dentro de la práctica teórica que una transmisión de valores artísticos y emociones en el más elevado sentido de la palabra. La vanguardia musical parece haber muerto para un público mayoritario y el progreso ha quedado reducido a un ejercicio intelectual al que la mayoría es incapaz de aproximarse o de descifrar.

    Si en el final del siglo XX la música clásica de vanguardia fue incapaz de dejar una herencia melódico-sonora para el gran público, y no digamos ya de reprogramarse, el inicio del siglo XXI está tan huérfano de dicha herencia como el anterior, y ya llevamos 22 años de singladura. No es que reclame la melodía como elemento fundamental en el arte para excitar las almas y emocionar, es que la música contemporánea tomó un rumbo que exige unos conocimientos muy profundos para poder interpretarla y disfrutarla. Por otra parte, el problema reside en la fragmentación y la atomización de mundo de la música en general. Los clásicos estrenos de concierto no pueden competir con la industria discográfica popular, con la música cinematográfica o con la difusión en internet de multitud de géneros y formatos. Para esta última está también presente la clásica, pero en su formato más tradicional, autores y obra conocidas.

    En un ejercicio de repaso de toda la música del siglo XX propongo una escucha creativa de obras que, aunque no creo que estén en la memoria ni siquiera de los muy aficionados, más allá del título, son imprescindibles para aprender a escuchar y tener una idea de lo que nos ha sido legado desde el punto de vista de la música clásica de vanguardia. Aunque el siglo XX comenzó con numerosas obras muy conocidas ya por todos, de Ravel a Puccini, pasando por Debussy, Max Reger, Arnold Schönberg o Richard Strauss, seguiremos avanzando de la mano de otros tan rupturistas como estos. Es necesario recorrer los paisajes sonoros de Messiaen (1908-1992), especialmente “De estrellas y cañones” o su “Catalogo de pájaros” y por supuesto “Cuarteto para el fin de los tiempos” cargado de simbolismo. Después deberá el atento aficionado proponerse oír a Edgar Varesse (1883-1965), en concreto su “Jonisation” para conjunto de percusión.

    Del norteamericano Charles Ives (1874-1954), muy citado en toda la teoría musical contemporánea, se deberá escuchar “The Unanswered Question” para conjunto de cámara. De Paul Hindemith (1895-1963) localizar la sinfonía “Matías el pintor” para Viola solista y Orquesta. De Britten (1913-1976) el “Requiem de Guerra”. De John Cage (1912-1992), las Songs Book 1 y 2. De Penderecki (1933-2020) La “Sinfonía las Siete Puertas de Jerusalén”. De Luigi Nono (1924-1999) “La fabbrica illuminata” para cantante y banda sonora. De György Ligeti (1923-2006) “Atmosphères” para orquesta. De Mauricio Kagel (1931-2008) “Match” para tres intérpretes. Y de Karheinz Stockhausen (1928-2007) “Grupos” para tres orquestas.

    Si se siguen una a una estas obras de música clásica de vanguardia, se escuchan y se vuelven a escuchar varias veces, nuestro cerebro realiza una audición creativa y se consigue educar el oído más allá de las posibilidades de un mero aficionado, en ello coincido con uno de los más destacados teóricos de la educación musical, Clemens Kühn. Muy pocas de estas obras han pasado al repertorio habitual de concierto y la mayoría son poco tarareables, pero no por ello dejan de formar parte de ese acervo al que hacía referencia. Tampoco se puede tararear el “Concierto de Múnich” de Miles Davis, pero no hay aficionado que se precie que niegue su valor. Algunas otras de estas obras las hemos visto citadas en películas, más a modo de ambientación que con una personalidad propia, y su conjunto supone un ejemplo y un panorama bastante fiel de lo que ha sido la música clásica contemporánea en el final del siglo XX. Los  autores ya no está entre nosotros, pero nos han dejado su legado,

    El panorama a partir del siglo XXI no ha mejorado mucho, pero esperemos primero a digerir esto antes de entrar en más alimento para la bestia. Me pueden acusar de olvidarme de la música contemporánea española, pero esa sí que fue más irrelevante que inexistente, en el plano internacional, durante la época mencionada. Seguiremos haciendo pruebas. Estamos en la mayoría de edad del siglo XXI y todavía no tenemos conciencia de qué ha pasado en el siglo XX. Han pasado cien años de modernidad y no nos hemos enterado.